sábado, 30 de mayo de 2009

CLAROS OSCUROS








Luces , sombras , líneas , perfiles , límites y fronteras ...........

Reflexiones ante el desnudo femenino
Rosina Cazali (Periodista guatemalteca, especialista en arte).


Bien dice Lynda Nead que para cualquiera que examine la historia del arte
occidental debe ser chocante el predominio de imágenes del cuerpo femenino. Más que otro tema cualquiera, el desnudo femenino connota “el arte”. La imagen enmarcada de un cuerpo desnudo, colgada en la pared de una galería, constituye normalmente una abreviación del arte; es un icono de la cultura occidental, un símbolo de la civilización y el talento. Pero ¿cómo y por qué el desnudo femenino adquirió esta posición? ¿Y cómo se refiere la imagen del cuerpo femenino mostrada en la galería a otras imágenes de ese cuerpo que se producen en la cultura de masas?

Aquí apuntamos algunas reflexiones contenidas en el libro de la misma autora, El desnudo femenino. Arte, obscenidad y sexualidad (Ed. Tecnos, Madrid, 1998) para introducirnos al tema y examinar la representación visual del cuerpo femenino en el arte y otros medios contemporáneos de reproducción masiva.

El desnudo femenino no sólo propone definiciones individuales del cuerpo femenino; también sugiere normas específicas para ver y para los que miran. El ideal ilustrado de la visión contemplativa de un objeto artístico funciona como refuerzo de la unidad y la integridad del sujeto que mira y establece una oposición entre la perfección del arte y la ruptura y el carácter defectuoso de lo que no es arte, o sea, la obscenidad.

El cuerpo obsceno es el cuerpo sin bordes o contención y la obscenidad es la representación que conmociona y excita al espectador en vez de aportarle tranquilidad y plenitud. La representación del cuerpo femenino puede, en consecuencia, verse como un discurso sobre el tema y está en el núcleo de la historia de la estética occidental.

Desde el gran arte, la fotografía con “glamour”, las “pinups” de periódicos y diferentes formas de pornografía blanda y dura son categorías que presentan una serie de distinciones culturales que no sólo diferencian tipos de imágenes sino también clasifican a los consumidores de éstas.

Si se define al cuerpo femenino como algo que carece de contención y produce suciedad y polución a través de sus contornos vacilantes y su superficie rota, las formas clásicas de arte desempeñan una especie de regulación mágica del cuerpo femenino, que lo contiene y momentáneamente repara los orificios y rasgaduras.

Supuestamente “grasa” es exceso, materia de más. Sin embargo, es una frontera falsa, algo adicional al verdadero marco del cuerpo y que precisa ser arrancado. Las categorías “gordo” y “delgado” no son innatas ni poseen significados intrínsecos; por el contrario, han sido constituidas socialmente, al mismo tiempo que las definiciones de perfección y belleza. Las representaciones sociales y culturales son centrales a la hora de formar estas definiciones y dar significado a las configuraciones del cuerpo.

El desnudo femenino, despojado de ropa, es justamente el cuerpo en representación y un cuerpo producido por la cultura. La transformación del cuerpo sin ropa en el desnudo es, pues, el paso de lo real a lo ideal. Este proceso de transfiguración es el que hace del desnudo el tema perfecto para la obra de arte.

“Me gusta estar cerca del hueso”, dijo alguna vez Jane Fonda. Pero, más que verse la anorexia como una perversión de las necesidades físicas, puede plantearse como una confusión de las percepciones psíquicas y, más exactamente, como una confusión de la forma y sus límites. Para la anoréxica siempre hay un exceso de materia depositada en la superficie, la forma del cuerpo. Su propósito es liberarse de ese excedente y revelar el yo esencial: volver a las fronteras originales.

El cuerpo femenino, como representación, es el espacio donde la mujer desempeña a la vez el papel del objeto visto y del sujeto que ve, forma y juzga su imagen, contrastándola con ideales culturales, y ejerce una enorme autorregulación.

La mujer actúa a la vez como juez y verdugo. Se mira en el espejo; su identidad está enmarcada por la abundancia de imágenes que definen la feminidad. Está enmarcada –se experimenta a sí misma como imagen o representación– por los bordes del espejo y entonces juzga los límites de su propia forma y pone en práctica cualquier autorregulación que sea necesaria.

www.mujereshoy.com/secciones/753.shtml

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